lunes, 23 de enero de 2023

 ...  Todo el pasaje citado nace a la luz de John Keats, de quien procede este afirmar entusiasta de «lo sagrado de los afectos del corazón». Frase-clave, signo de un mensaje. Y sin otra preceptiva, asomémonos a la situación del poeta en el cuadro y el orden que su tiempo le impone. Pero antes, y ya que lo alcanzaremos en el camino de sus veinte años, el lector merece una rápida reseña de su infancia y adolescencia. N. del A.: lord Houghton, Sidney Colvin, Amy Lowell y Dorothy Hewlett proveen excelentes «vidas» del poeta. Tranquilamente delego en ellos la crónica, y digo apenas que John nació en otoño —31 de octubre de 1795— el año y la estación en que Wordsworth y Coleridge se conocieron, con consecuencias ilustres; un año de guillotina en la orilla de enfrente; en Fráncfort, un joven ingresaba como preceptor en casa del banquero Gontard, y descubría en la madre de su alumno el alma de Diótima. Hölderlin tenía veinticinco años, y sobrevivió a Keats otros veintitrés: jamás oyeron hablar el uno del otro… (Cocteau ha dicho que las constelaciones no saben que lo son; hace falta la mirada exterior para crearlas… Otra estrella: William Blake, una nova de dieciocho años, otra ignorancia de helado aire negro entre su luz y la de Keats. ¡Pensar que en 1795 ya estaban escritos los Cantos de inocencia y de experiencia.) John gateaba cuando Bob Burns, anegado de alcohol y de baladas, después de confundir la inmortalidad con una noche de nieve, se moría en el norte. Shelley tenía tres años, Byron siete. ¡Qué nursery! ...


Julio Cortázar

Imagen de John Keats


lunes, 2 de enero de 2023



Libro primero
Et in Arcadia ego




«He estado antes aquí», dije; había estado, en efecto, primero con Sebastian, más de veinte años atrás, un día claro de junio, con las cunetas rebosantes de lechosas reinas de los prados y el aire cargado de todos los perfumes del verano. Era un día de especial esplendor y, a pesar de que había estado allí tantas veces y con tan distintos estados de ánimo, fue aquella primera visita la que mi corazón evocaba ahora, en la última.
Aquel día también había llegado sin saber adónde iba. Era la semana de las regatas universitarias. Oxford —hoy sumergido, arrasado, irrecuperable como Lyonnesse, por la velocidad con que las aguas lo han inundado—, Oxford, entonces, era todavía una ciudad de acuatinta. Los hombres paseaban y conversaban por sus calles espaciosas y tranquilas como en los tiempos de Newman; sus nieblas otoñales, sus primaveras grises y el esplendor excepcional de sus días de verano — como, por ejemplo, aquél—, cuando los castaños estaban en flor y las campanas repicaban claras y sonoras sobre los gabletes y las cúpulas, exhalaban la suave atmósfera de siglos de juventud. Era esa quietud claustral la que prestaba resonancia a nuestra risa y la preservaba, alegremente, a pesar del clamor momentáneo. Allí, durante la semana en que se celebraban las regatas, ponía la nota discordante una multitud turbulenta de mujeres, varios centenares, que gorjeaban y revoloteaban por los adoquines, subían y bajaban los escalones, visitaban los monumentos y buscaban diversión, bebían cócteles de clarete y comían emparedados de pepino; eran paseadas en batea por el río, y conducidas en manada a las barcazas de los Colleges[4]; en la revista estudiantil Isis y en la Union, las recibían con un súbito derroche de jocunda algarabía, del todo enfadoso, a lo Gilbert y Sullivan, y con peculiares efectos corales en las capillas de los Colleges. 

"Retorno a Brideshead, memorias sagradas y profanas del capitán Charles Ryder" es una novela de Evelyn Waugh


 




 Si un día para mi mal viene a buscarme la parca… Empujad al mar mi barca con un levante otoñal y dejad que el temporal desguace sus alas blancas y a mí enterradme sin duelo, entre la playa y el cielo. Mi cuerpo será camino, le daré verde a los pinos y amarillo a la genista. Cerca del mar porqué yo nací en el Mediterráneo


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