... Todo el pasaje citado nace a la luz de John Keats, de quien procede este afirmar entusiasta de «lo sagrado de los afectos del corazón». Frase-clave, signo de un mensaje. Y sin otra preceptiva, asomémonos a la situación del poeta en el cuadro y el orden que su tiempo le impone. Pero antes, y ya que lo alcanzaremos en el camino de sus veinte años, el lector merece una rápida reseña de su infancia y adolescencia. N. del A.: lord Houghton, Sidney Colvin, Amy Lowell y Dorothy Hewlett proveen excelentes «vidas» del poeta. Tranquilamente delego en ellos la crónica, y digo apenas que John nació en otoño —31 de octubre de 1795— el año y la estación en que Wordsworth y Coleridge se conocieron, con consecuencias ilustres; un año de guillotina en la orilla de enfrente; en Fráncfort, un joven ingresaba como preceptor en casa del banquero Gontard, y descubría en la madre de su alumno el alma de Diótima. Hölderlin tenía veinticinco años, y sobrevivió a Keats otros veintitrés: jamás oyeron hablar el uno del otro… (Cocteau ha dicho que las constelaciones no saben que lo son; hace falta la mirada exterior para crearlas… Otra estrella: William Blake, una nova de dieciocho años, otra ignorancia de helado aire negro entre su luz y la de Keats. ¡Pensar que en 1795 ya estaban escritos los Cantos de inocencia y de experiencia.) John gateaba cuando Bob Burns, anegado de alcohol y de baladas, después de confundir la inmortalidad con una noche de nieve, se moría en el norte. Shelley tenía tres años, Byron siete. ¡Qué nursery! ...
Julio Cortázar
Imagen de John Keats